En todas las familias se da un hecho cuando los hijos van creciendo. Al ir dejando la infancia, van pasando de la admiración que tienen por sus padres (son los mejores, todo lo hacen bien, son los más cariñosos, lo más perfecto está en mi familia…), a una desilusión al descubrir que sus padres no son perfectos, tienen limitaciones y fallos. Igualmente las relaciones con otras familias y amigos les lleva a valorar otros aspectos y dimensiones no presentes en la propia familia y no encontrados ni vividos en ella. Es el paso de la admiración a la desilusión. Es el inicio de una crisis de maduración y crecimiento que, con el dolor, desajuste y desconcierto que produce, va haciendo surgir una nueva forma de estar, relacionarse y vivir con los padres y de comenzar a sentir y experimentar su familia y la de los demás desde una perspectiva y actitud diferente y más madura.
He pensado en este momento del proceso de maduración humana porque es lo que a mí, al Consejo General y a tantos Seglares Claretianos, nos ha sucedido y hemos vivido. Todos, de alguna forma, hemos o estamos pasando por esta crisis. Y, como toda crisis, la veo como un momento de gracia, como una oportunidad preciosa de madurar y crecer. Estamos en un camino normal, nos encontramos ante la posibilidad de irnos acercando a la meta a la que estamos llamados.
Superar esta situación pasa por el “darnos cuenta” de la realidad de lo que somos y de lo que es el Movimiento de los Seglares Claretianos, que con sus luces y sombras, está haciendo posible que cada uno de nosotros haga la experiencia del descubrimiento de una familia en la que va creciendo como creyentes y seguidor de Jesús. En esta Familia Claretiana vamos pasando de la admiración infantil a una actitud más madura y realista de amor y responsabilidad.
En Enero del 2.000 hemos tenido el Consejo General el primer encuentro de evaluación y programación teniendo como base la realidad del Movimiento y las líneas de acción surgidas en la Asamblea General de Santo Domingo. Nuestra experiencia de estos días ha estado llena de ilusión y amor. A nosotros nos ha tocado la responsabilidad de buscar, encontrar y gestionar medios y mediaciones que a todos nos permitan acoger el don-vocación que hemos recibido y ponerlo al servicio del Reino. La alegría y el coraje han estado presentes y nos han llevado a vivir la realidad actual de Movimiento con la cabeza muy alta, porque sabemos (sin avergonzarnos) de nuestra condición humana y nos sentimos acompañados por el Padre/Madre que nos dice: “No tengáis miedo, no se turbe vuestro corazón” .
La valentía, la ilusión y la humildad nos llevan a mirar de frente los conflictos, dificultades y la realidad del Movimiento y a poner nuestra parte sin quedar atrapados e inmovilizados por la inmediatez de los problemas y poder así sembrar en todos unas actitudes de esperanza y optimismo.
Ciertamente que somos un Movimiento muy joven. Juventud caracterizada por su falta de medios humanos y económicos, sin esa sabiduría que van dando los años y la experiencia y que hace acertar en la solución de los problemas que en la vida de cada día y de cada ambiente van apareciendo. La solución a esta realidad pasa por nuestro IDEARIO. Se tiene que convertir en “alimento” al que hay que acercarse, nutrirse y asimilar personalmente. Superar la “crisis” en estos momentos es también ir personalizando la exigencia de unas mínimas normas (Estatutos, normas aplicativas), de unas relaciones más maduras entre todos los miembros de nuestra familia y de una búsqueda de medios materiales indispensables para seguir viviendo, creciendo y fortaleciendo la propia identidad.
En este sentido el Consejo General ha visto urgente que el Comentario al Ideario, algunos Subsidios y demás materiales sean publicados, lleguen a todos los grupos y que éstos los trabajen, asimilen y sean fuente de vida y crecimiento. Los medios económicos los necesitamos. Todos tendremos que buscar fuentes de financiación como medio indispensable para seguir conociéndonos, formándonos, alimentándonos y para realizar la misión. Esto lleva consigo el no considerarnos como “niños pequeños e inconscientes”, desconocedores de la realidad, sino miembros de una familia en la que la corresponsabilidad, la solidaridad y la comunión de bienes son exigencia y una realidad.
Esto puede ser vivido, por algunos, como algo impuesto y accidental no tener conciencia de su necesidad. La superación de esta situación y la luz y fuerza necesaria nos llegará sobre todo desde:
- Una progresiva toma de conciencia y vivencia de la propia vocación-llamada y desde la misión encomendada.
- Una profundización en nuestra Identidad.
- Un seguir trabajando en el estudio y vivencia de nuestro Ideario.
- Unos serios procesos formativos de los grupos en discernimiento.
- Un discernimiento de la doble pertenencia (¿se pueden tener y pertenecer a dos familias a la vez?).
- Una programación de nuestras tareas evangelizadoras y compromisos apostólicos y un trabajo en medio del mundo concretado en la opción por los más necesitados y marginados.
En todo esto que os comento, está mi propia experiencia como Seglar Claretiana. Dios me ha hecho pasar de la admiración por el Movimiento a un amor concreto. Un amor que, partiendo de las luces y sombras que hay en cada Seglar y por lo mismo en el MSC, se hace efectivo en una entrega al Movimiento, trabajando con ilusión y esperanza en la tarea encomendada.
Soy consciente de que no somos un Movimiento de héroes, de perfectos, de personas maduras en la fe. ¡Cuántas limitaciones tenemos! ¡Qué pequeños somos!. Pero somos hermanos. Nos sentimos familia y nos animamos mutuamente, con esperanza y misericordia, en el camino que Jesús nos ha invitado a seguir. Dios nos ha llamado a cada uno, somos un don y un regalo, únicos y necesarios (revisando el listado de los Miembros del MSC, así lo sentía y vivía) para ser instrumentos suyos, desde nuestra pequeñez y fragilidad, en llevar al mundo la Buena Noticia.
Como Claret, el Consejo General, ha intentado estudiar la realidad del Movimiento y dar una respuesta oportuna y eficaz. Nos impulsa ese fuego que nos impele a trabajar para que Dios sea conocido y amado y que este amor cree entre todos una nueva fraternidad, unas nuevas relaciones en la que los más pobres y necesitados sean los primeros en nuestras preocupaciones y preferencias. Todo lo ponemos en el Corazón de María, nuestra Madre, Ella lo presentará al Padre y con la fuerza del Espíritu irá haciendo crecer en nosotros a su Hijo Jesús para que, como Ella, lo entreguemos como Buena Noticia.
Cristina Martinez, sc