El MSC ante la crisis de refugiados en Europa

  Justicia Paz e Integridad de la Creación

Ante  la crisis de refugiados que se está viviendo en Europa en las última semanas, desde el Consejo General del Movimiento de Seglares Claretianos y la Delegación de Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC) comparten esta sencilla reflexión:

¿CUÁNDO TE VIMOS FORASTERO? (Mt 25)

Definitivamente la situación actual global que nos ha tocado vivir hace que la vida de nuestro Movimiento de Seglares Claretianos siga los pasos del maestro Jesús. La crisis humanitaria no es más que la carencia de Dios en la humanidad. Hoy la respuesta radical al anuncio del evangelio nos hace ser eficaces con las decisiones que tomamos.  Los refugiados de todo el mundo, en especial los que están llegando a toda Europa, sienten con esperanza que sus vidas pueden tener un mejor presente llegando a tocar las puertas de nuestros portones. Abramos las puertas de nuestras iglesias, casas…,  ya nuestro Santo Padre Francisco nos lo pide en su primera carta que nos dirigió. Acoger a los refugiados es acoger a Jesús mismo en nuestros corazones. Nuestro Movimiento puede hacer un aporte ante tan grande obra. Sino hacemos en concreto algo, sería contradecir lo que nuestra naturaleza y misión nos hace ser y vivir.

Nuestro ideario también así lo recoge en el punto 23:

La acción transformadora del mundo como forma de evangelización nos lleva a comprometernos en la acción por la justicia y la promoción humana. La acción a favor de la justicia, dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y la que más directamente corresponde al quehacer de los seglares , nos exige comprometernos en la lucha por eliminar las situaciones de injusticia y por sanear las estructuras que las producen para hacer el mundo que Dios quiere”.

Recordemos que migrar es un derecho humano.

Así mismo quizá sea un buen momento para recordar la experiencia del Padre Claret, quien -salvando las distancias- también vivió en sus carnes la experiencia de ser ocasionalmente «refugiado» en su primer viaje a Roma y quien experimentó en las personas con las que se fue encontrando la acogida, la hospitalidad, la amabilidad, el acompañamiento, la comprensión… Actitudes todas que hoy debemos poner en práctica de manera cotidiana con nuestros hermanos y hermanas que huyen de situaciones de sufrimiento, persecución, violencia, necesidad…
Estos son tres de los números de la autobiografía que aluden a aquel episodio en la vida de Claret:

De lo que ocurrió al entrar y pasar por Francia

126. Aquella misma tarde que Dios nuestro Señor y la Santísima Virgen me libraron de los ladrones, por ser sábado, entré en el primer pueblo de Francia, que se llama Osseja. Fui muy bien recibido. Como llevaba pase del interior de España se me lo quedaron y me dieron uno de refugiado. Con ese pase emprendí el viaje, pasé por un pueblo llamado Olette y me instaban mucho para que me quedase allí; pero mi deseo era ir a Roma. De Olette pasé a Prades, y también hallé gente que me recibieron con toda caridad. De aquí pasé a Perpiñán. Aquí me cambiaron el pase y me dieron uno para Roma, y también fui muy bien recibido de gente que yo nunca había visto ni conocido. Pasé por Montpellier, Nimes y demás poblaciones, y al paso que iba, solo y sin recomendación, en todas partes hallaba sujetos desconocidos quienes parece que me estaban esperando. ¡Bendita sea la Providencia que Dios tiene de todas sus criaturas, singularmente sobre mí!

127. Al llegar a Marsella, un sujeto se juntó conmigo por el camino. Me llevó a una casa en que estuve muy bien durante los cinco días que tuve que estar en Marsella para esperar embarcación. Al día siguiente, al salir de casa para ir al cónsul español, como tenía obligación, para que me refrendara el pase, al primero que encontré le pregunté por la calle en que me habían dicho vivía el cónsul, y este mismo señor a quien pregunté, no sólo me dijo la calle, sino que, al verme solo, tuvo la amabilidad de venirme a acompañar. El habló por mí y me despacharon muy bien y me volvió a acompañar a mi posada; y en todos aquellos cinco días, mañana y tarde, me venía a buscar a mi cuarto y me acompañaba a visitar las iglesias, camposanto y todo lo más precioso que hay en aquella población en materia de Religión, pues que de edificios y cosas profanas ni siquiera me habló jamás.

128. Finalmente, llegó la hora de la embarcación, que fue la una de la tarde. Un poco antes se presentó en mi cuarto, cogió mi hatillo y de todos modos lo quiso llevar, y así, los dos solitos, nos dirigimos al puerto y frente al buque nos despedimos; pero todos aquellos cinco días estuvo conmigo tan fino, tan atento, tan amable y tan ocupado de mí, que parecía que su gran Señor le enviaba para que me cuidara con todo esmero; más parecía ángel que hombre; tan modesto, tan alegre y grave al mismo tiempo, tan religioso y devoto, que siempre me llevaba a los templos, cosa que a mí me gustaba mucho; nunca me habló de entrar en ningún café ni cosa semejante, ni jamás le vi comer ni beber, porque a estas horas se iba y me dejaba y luego volvía.