Ema Lucila Contreras Valenzuela

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16 de marzo 1935 – 9 de julio 2001 por su hija.

Su infancia y juventud no muy allegada a la iglesia. Si había hecho su primera comunión y el mismo día en la tarde su confirmación (como en aquellos tiempos).

Fue en una Misión encabezada por el Sacerdote José Silva Cornejo, que comenzó su acercamiento y compromiso con Jesucristo.

Conoció por primera vez el concepto CEB, le gustó y entusiasmó también la idea de tener una capilla. Al principio pareció tarea imposible, pero oganizándose con el resto de los integrantes de la comunidad, en ese momento, solamente adultos, pero contando con un varón, se dio inicio al trabajo para lograr ese fin, el que vio materializado con otro sacerdote (Carmelo Gómiz).

A estas alturas la Catequesis Familiar estaba tomando forma, por primera vez, en nuestro sector. Fue ahí cuando me inició también (su hija) en este camino de catequizar. Ella era Guía de Encuentros de Padres y yo ACN. Fueron muchos años trabajando juntas, en los cuales claramente nuestra unión madre e hija se entrelazaba con otros lazos sólidos, más profundos, esos mismos que me hacen extrañarla enormemente.

Asumió con un tiempo la Catequesis Pre-Baustismal, en la que también tuve la oportunidad de acompañarla y a veces secundarla.

En el último tiempo, su espíritu inquieto y siempre atento a las llamadas que Jesús le hacía, la llevo a ser parte del Movimiento de Seglares Claretianos de Valparaíso. A motivar a otros, a integrarse como el único fin de ayudar que los otros sintieran el Amor de Dios, como ella lo sentía. Enorme y Misericordioso, Inagotable y Super Poderoso. Su aporte lleno de sabiduría no es comparable y a la vez es irremplazable. No existe persona alguna integrante del Movimiento en Valparaíso que posea las cualidades que ella poseía. Constante y empeñosa. No había tema o Evangelio que no le llegara a su corazón y la motivara a mejorar. «Machuca», decía que era porque los problemas no se la iban a ganar. Respetuosa de la Jerarquía de la Iglesia. Con un espíritu de servicio, envidiable, orgullosa de ser católica, de haber logrado ganarle a la vida unas cuantas batallas, se contraponía con la humildad que demostraba ante los demás cuando se enfrentaba ante actitudes soberbias. Mujer de una sola línea y sin dobleces. Incapaz de tapar una mentira. Transparente hasta la muerte.

Durante su enfermedad fue dejando sus cosas en orden. «Si algo pasa, quiero una misa en la Parroquia y nada de discursos, porque todos los muertos son buenos» dijo. Tampoco quería llantos ni luto. Durante nuestras conversaciones en casa, siempre nos dijo que cuando el momento de su muerte llegara, quería una bandera de Chile y un banderín de Santiago Wanderes, el Club de sus amores; y cumplimos. Mi mami no fue a una guerra para defender a su país, pero en sus oraciones siempre estuvieron las intenciones por el bienestar de Chile, de sus gentes, de su cultura e independencia. Siempre lloró a sus papás. Extrañó a sus amigos oró y lloró por ellos. Siempre y de manera especial estaban en sus recuerdos el Padre René Durán y Arturo Morales por estar mas lejos. Se sentía una Claretiana, decía que Claret le había ayudado a entender a Dios, se lo había hecho más cercano. Y era feliz por eso. Nunca se olvidó de los integrantes de la familia claretiana, que alguna vez conoció, sea de visita en nuestra comunidad o participando de actividades en otro lugar. De todos aprendió. Sentía tibieza en su pecho cuando nos visitaba algún sacerdote o seminaristas para la Semana Claretiana. Aunque aceptaba por obediencia a los sacerdotes que venían a cargo de la Parroquia, siempre añoraba eso «especial» del carisma claretiano.

Mi hermano Arturo, dijo en una misa que mi mami había cumplido todas sus misiones, que no le habían quedado tareas pendientes, y esa es la más absoluta verdad.

Como mamá correctísima, enérgicamente amorosa. Hizo de nosotros sus hijos, seres de bien, también de una sola línea y socialmente comprometidos.

A un mes de su fallecimiento, se hace cada vez más triste sentir su ausencia. Ya ha pasado la conmoción y nos está quedando la emoción. Y es muy duro, inaguantable a momentos. Como hija no alcancé a contarle que esperaba un bebé, pues el mismo día que el médico me confirmaba mi sospecha, mi mamita se fue, la hora casi coincide. Espero haya sentido el latir de este ser pequeñito que sabrá todo sobre su abuelita, lo hermosa y distinguida que fue. Lo grande de su corazón y de su amor por Jesucristo, Nuestro Señor.