El Papa Francisco ha visitado Cuba en estos días. Allí -como le es propio- ha dejado mensajes muy importantes tanto para la comunidad nacional e internacional como para la tarea Evangelizadora.
A todos los miembros de la familia Claretiana nos ha hecho evocar la presencia del Padre Claret en aquellas tierras donde, si algo la caracterizó, fue sus continuos viajes misioneros a lo largo de su Diócesis, donde se forjó una parte muy importante de su espíritu de Obispo evangelizador y donde, entre otras cosas, sufrió un atentado en Holguín que casi le costó la vida. Además, este hecho tiene especial significación para nosotros puesto que, según narra en su Autobiografía, durante la convalecencia fue cuando tuvo la idea de Fundar la Academia de San Miguel, una organización apostólica seglar que está en el origen remoto de nuestro movimiento.
Reproducimos aquí algunas líneas de ese pasaje de la Autobiografía (el episodio completo está en los números 573-584):
Me hallaba en Puerto Príncipe pasando la cuarta visita pastoral a los cinco años de la llegada en aquella Isla. Visitadas las parroquias de aquella ciudad, me dirigí a Gibara, pasando por Nuevitas, que también de paso visité, [y] de Gibara, puerto de mar, dirigí la marcha a la Ciudad de Holguín. Había algunos días que me hallaba muy fervoroso y deseoso de morir por Jesucristo; no sabía ni atinaba a hablar sino del divino amor con los familiares y con los de afuera que me venían a ver, tenía hambre y sed de padecer trabajos y de derramar la sangre por Jesús y María; aun en el púlpito decía que deseaba sellar con la sangre de mis venas las verdades que predicaba.
(…) Se acercó un hombre como si me quisiera besar el anillo, pero al instante alargó el brazo armado con una navaja de afeitar y descargó el golpe con toda su fuerza. Pero como yo llevaba la cabeza inclinada y con el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la boca, en lugar de cortarme el pescuezo como intentaba, me rajó la cara, o mejilla izquierda, desde frente [a] la oreja hasta la punta de la barba, y de escape me cogió e hirió el brazo derecho, con que me tapaba la boca, como he dicho. Por donde pasó la navaja partió toda la carne hasta rajar el hueso o las mandíbulas superior e inferior. Así es que la sangre salía igualmente por fuera como por dentro de la boca. Yo al instante, con la mano derecha agarré la mejilla para contener el chorro de la sangre y con la mano izquierda apretaba la herida del brazo derecho.
(…) No puedo yo explicar el placer, el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor de Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades evangélicas. Y hacía subir de punto mi contento el pensar que esto era como una muestra de lo que con el tiempo lograría, que sería derramarla toda y consumar el sacrificio con la muerte.
(…) El tercer [«acontecimiento que le acaeció durante la convalecencia»] fue el pensamiento de la Academia de San Miguel, pensamiento que tuve en los primeros (días) de hallarme en la cama, que tan pronto como me levanté empecé a dibujar la estampa y a escribir el Reglamento, que en el día está aprobado por el Gobierno con Real cédula y celebrado y recomendado por el Sumo Pontífice Pío IX.
Ponemos en manos de Dios toda la tarea pastoral del Santo Padre, los frutos de su visita a Cuba y Estados Unidos de América y, al mismo tiempo, le pedimos que el Movimiento de Seglares Claretianos (con presencia en Cuba) sigamos siendo dignos herederos de la misión del Padre Claret en el mundo de hoy.